Unas cosas llevan a las otras. Vamos de un punto a otro, nos interrogamos sobre lo fugaz y nos proyectamos en el momento porque confiamos, como incógnitas en pos de realidad, en ocupar un espacio, esperanzados en que el tiempo de la obra genere sentido. En El perseguidor, Julio Cortázar escribía poniendo en boca del saxofonista Johnny Carter: “Te estaba diciendo que cuando empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba. Esto se lo conté una vez a Jim y me dijo que todo el mundo siente lo mismo, y que cuando uno se abstrae…Dijo así, cuando uno se abstrae. Pero no, yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar.”

Pensaba en todo esto de regreso a casa en el tren de cercanías desde Oviedo a Gijón, después de haber intercambiado pareceres con Arancha sobre la exposición de finales de marzo. Salí de la galería con el propósito de escribir un texto para acompañar con ideas escritas aquellas que forman cuerpo con las obras. Se trata de una serie de dieciocho papeles que deben su número a los Disparates de Goya (más próximos a la pesadilla que al proverbio) publicados en 1864, dieciocho intervenciones que pretendían activar el recuerdo de ciertos instantes de naturaleza onírica en relación con los grabados y que la mano intentaría liberar del presente. Cuando los papeles estuvieron colocados en la pared del estudio, cómplices de lo que se esperaba, el tren se detuvo de improviso; en ocasiones, sin llegar al desastre, se abren zonas muertas en las que se instala una especie de estancamiento, de incertidumbre: no me encontraba en disposición de abordar un tal proyecto.

Me sentí perdido, ausente, alejado de esa idea por la que aquello que se halla en cualquier manifestación artística debiera ser finalidad y el movimiento mismo. Para recuperarme pensé en Hamilton Finlay y en su jardín de Edimburgo y en el hecho de que es algo diferente a un jardín y en mis deseos de diseñar uno. Pensé en el lector Borges y en sus diferencias con Cortázar, en lo poco importante que resulta para mí la técnica, en lo que Deleuze dice sobre el estilo, en las últimas pinturas de De Kooning y en el bebop que, aún recordándome ciertos aspectos de los Disparates, deja a la pesadilla en su cruel enigma.

He releído El perseguidor. Hasta ese cuento me ha llevado el saberme lejos mientras el tiempo me buscaba. Siento inclinación por el jazz. Suelo escuchar música en el estudio, pero música de partitura o de memoria, no de improvisación, esto último crearía interferencias. Porque en la improvisación me encuentro, con la inmediatez del soporte y escasos instrumentos al alcance, entre los que me incluyo.

Gabriel Truan

 Marzo 2021