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Bajo cielos reales y cielos imaginados

By 9 julio, 2019 agosto 23rd, 2019 No Comments

Es el mismo país, es el mismo clima, son los mismos ojos los que miran y las mismas manos las que pintan, es la misma estética y el mismo género, pero algo ha cambiado aquí, en el territorio pictórico de Faustino Ruiz de la Peña. Al igual que en los paisajes de exposiciones anteriores, sigue siendo Invierno, como lo proclama el título de la individual que hasta el 24 de este mes expone en la galería Arancha Osoro de Oviedo, y los cielos cargados y acuosos que parecen fluir de un cuadro a otro, incluso de una muestra a otra del pintor ovetense, permanecen aparentemente iguales, pero al espectador le parece de inmediato que Ruiz de la Peña ha puesto algo nuevo bajo ellos.

En lo puramente estilístico, hay en una parte de las obras de Invierno una mayor ligereza, una ampliación
de la gama de colores y una mayor vivacidad en ellos (siempre dentro de los límites de un mundo permanentemente cubierto por una nubosidad baja y tormentosa; dentro de los límites de un romanticismo  asordinado, cuyo decoro tiende a ser siempre mayor que su melancolía). Ruiz de la Peña ha adelgazado su  pintura, ha diluido algo más la compacidad de sus edificios abandonados o ruinosos y sus vegetaciones  suburbiales. Como si de algún modo la realidad vaporosa de los celajes de sus obras y la realidad de lo  que hay bajo ellos se homologase. Y al mismo tiempo ha incrementado la precisión de su dibujo,  reforzado la línea y su minuciosidad para atrapar la forma y los detalles precisos de la naturaleza y de las  construcciones.

Además, se tiene enseguida la sensación de que las referencias ya no son exclusivamente las de un mundo que quienes viven en el mismo entorno geográfico del pintor conocen bien. Sus edificios ya no evocan en todos los casos las de cualquier terreno abandonado a la maleza en las proximidades de una urbanización unifamiliar, casonas de indiano venidas a nada, depósitos y almacenes aislados; y el paisaje natural que los rodea no siempre es el de las fresnedas, alisedas o bosques de álamos del centro de Asturias, las tierras leonesas o castellanas. La arquitectura se hace más neutra –como ese cobertizo que evoca, con homenaje
en el título, las características composiciones de la pintora Mónica Dixon– o responde a las características de algún otro país (quizá del Norte de Europa o de alguno de los fantasmales vericuetos del Sur de Estados Unidos que repiten las fotografías de Christenberry). Y el clima también es distinto: más frío, nevado, menos ominoso y más neutro. El pintor ha viajado.

Pero lo ha hecho con la mente. La clave está en los títulos. Las cartelas de las obras de Invierno reparten la muestra en dos mundos: Real World y Unreal World. El primero es el que conocíamos a Ruiz de la Peña; el segundo, aplica las mismas técnicas realistas a mundos de la imaginación, o a mundos que el pintor arrastra desde alguna referencia remotamente real hacia lo plenamente imaginario. De ahí seguramente ese toque de colorido vagamente irreal y esa tenuidad o traslucidez de la pintura, y también la forma en la que Ruiz de la Peña se entrega a la fijación de los detalles mediante el dibujo: precisamente porque su misma actitud de transeúnte que aspira a fijar la realidad en tránsito mediante la pintura, esta vez se aplica a un mundo doblemente esquivo.

Y hay otra (re)aparición remarcable en Invierno: la vida animal. Los paisajes de Ruiz de la Peña no están esta vez enteramente colonizados solo por árboles, hierba y arbustos. Un perro, la presencia de un cuervo en los tejados revelan que la vida no se ha extinguido en los mundos reales ni en los imaginarios. Y lo confirma, como una especie de emblema y sorprendente tour de force el magnífico y regio cuervo que preside la exposición.